Salto de Eyipantla, la majestuosa casa de Tláloc

*La cascada de El Salto de Eyipantla posee una altura de poco más de 50 metros y una belleza soberbia

Miguel Ángel Cortés

San Andrés Tuxtla, Ver.-  En el corazón de la última selva húmeda del norte del continente americano, una imponente cascada refresca con su brisa a un pueblo que día y noche escucha caer tres chorros de agua donde Tláloc tiene su casa.

La esplendorosa vegetación de Los Tuxtlas corona a la majestuosa catarata de la que caen miles de gotas que golpean los rostros cansados de los viajeros que caminan a través de 244 escalones para llegar hasta a ella.

Año con año, los habitantes de la comunidad de El Salto de Eyipantla, ubicada a 35 minutos de San Andrés Tuxtla, reciben a miles de turistas que arriban con un único deseo: apreciar la cascada bautizada con el mismo nombre del pueblo.

El nombre es la suma de tres vocablos del idioma náhuatl: eyi (tres), pantli (barranco) y tla (agua, que en español significa “salto de tres chorros”. Ver su caída es un espectáculo único e irrepetible en todo el estado de Veracruz.

La cascada de El Salto de Eyipantla posee una altura de poco más de 50 metros y una belleza soberbia, que la colocan como uno de los destinos turísticos más visitados en todo México desde 1973, año en que se construyeron las más de dos centenas de escalones que conducen a su encanto.

El salto de agua que rocía a toda una comunidad se alimenta por medio de corrientes del Río Grande del municipio de Catemaco que después de fluir por la cascada desembocan en el Río Papaloapan y, por último, en el Golfo de México.

Los nativos la conocen también como “La Casa de Tláloc”, pues según una leyenda, en tiempos prehispánicos el llamado “señor de las lluvias” gobernó en Los Tuxtlas y la tierra fue más fértil que nunca.

A casi 50 años de su apertura como destino turístico, El Salto de Eyipantla sigue enamorando a todo aquel que la ve, tal y como lo hizo con el cineasta Mel Gibson, que en 2006 la eligió escenario de su película “Apocalypto”.

Para llegar a la comunidad es necesario transportarse en automóvil siguiendo la carretera desde San Andrés Tuxtla a lo largo de 12 kilómetros. Los visitantes son recibidos por niños y mujeres que venden las ya famosas bolitas de tamarindo, especiales acompañantes para el siguiente paso.

La cascada puede apreciarse a través de un mirador al que se llega a través de un puente colgante, otra experiencia que nadie quiere perderse. No hay mejor vista para disfrutar del salto de agua y para capturar postales desde las alturas.

Caminar por los 244 escalones que conforman la vereda que lleva a la cascada es quizás la parte más complicada del viaje a Eyipantla. Mientras el cansancio se apodera del cuerpo, las bolitas de tamarindo son la forma idónea de recobrar la energía.

En el camino, las mujeres del lugar salen al paso vendiendo hielitos de sabores, que refrescan la garganta a los turistas y los ayudan a apaciguar el clima cálido y la humedad de la zona, que muy pocos son capaces de soportar.

Desde la parte baja, la contemplación de la catarata es una fotografía para la memoria, retrato de un lugar al que siempre se anhela volver, ya sea por su majestuosa belleza o la comida, que va desde un vaso de tegogolos, una memela tuxtleca y hasta una rica mojarra.

Rincón místico de Los Tuxtlas, la cascada de El Salto de Eyipantla ruge aún como en los tiempos prehispánicos bendiciendo la tierra, como si Tláloc nunca se hubiera ido.

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